El gestor cultural territorial y el formador frente al reto digital

Formación continua de gestores culturales. Jornada "Creatividad e innovación en los proyectos culturales"

El campo de la cultura, como la sociedad misma, ha mudado radicalmente en los últimos años. Vivimos un cambio estructural en las formas de crear, producir, distribuir y consumir cultura. Como explica Antonio Ariño a partir de los datos de la encuesta de presupuestos familiares española, en pocos años el consumo en comunicación sobre el total del consumo medio de una familia se ha multiplicado por cinco, y en ocio y cultura por dos. Esto explica el gran crecimiento del empleo cultural en las últimas dos décadas, y de alguna forma también la mayor demanda de gestores culturales.

El paso de la cultura tradicional, basada en la interacción cara a cara y de transmisión oral, a la cultura letrada implicaba un proceso de mediación limitado, condicionado por el capital cultural transmitido por la familia, la escuela y el entorno social inmediato. La cultura de masas difundida por las industrias editorial, fonográfica y audiovisual representó una estandarización enorme, primero a escala de los mercados nacionales y posteriormente internacional.  Ésta se caracterizaba por la transmisión de valores y emociones con escasa mediación personalizada y por consistir en un flujo unidireccional, de unos pocos productores-emisores a una multitud de receptores pasivos, debido a los medios tecnológicos disponibles y al apoyo de los medios de comunicación. Por este motivo, la producción, circulación y recepción de formas simbólicas en las sociedades modernas ha sido –y en buena medida sigue siendo– inseparable de las actividades de las industrias mediáticas (Ariño 2006). En la era digital, en la que los mensajes ya no dependen de los soportes físicos, los signos se separan de los significantes. La producción y el consumo cultural interactúan entre si en un proceso que por un lado multiplica y desterritorializa los actores y comunidades, pero por el otro da voz a las micro-comunidades locales como si regresáramos a la aldea de la transmisión oral.

De todas formas, Internet supone un desajuste enorme entre el bagaje cultural acumulado disponible y la conciencia o capacidad de asimilación del individuo. En este contexto, cabe preguntarse qué papel de mediación puede desplegar un gestor cultural territorial. Si la cultura de masas y la producción cultural seriada representaba ya un reto complejo para unos profesionales con medios muy limitados, en plena época digital favorecer un acceso realmente democrático y participativo a la cultura no es fácil con las herramientas tradicionales con las que se cuenta (equipamientos de proximidad convencionales, políticas culturales desfasadas, medios tecnológicos no adaptados, una sociedad fragmentada tecnológica, social y culturalmente …). Desde mi punto de vista la respuesta es clara: es imprescindible meterse de lleno en el mundo digital para sacar el máximo provecho de esta formidable herramienta de democracia cultural llamada internet.  Per esto debemos hacerlo sin olvidar que una parte muy significativa de la población continúa anclada en el mundo analógico.

Ejercer de gestor cultural implica saber administrar una pluralidad de lógicas sociales, políticas, artísticas, económicas, tecnológicas o educativas, por sólo citar algunas. Gestionar la complejidad sintetiza la labor cotidiana de muchos profesionales. Como vengo repitiendo desde hace tiempo, un gestor cultural es un mediador entre el mundo de la creación, el consumo cultural y la participación ciudadana, y cada uno de estos mundos exige estrategias específicas, a veces contradictorias entre sí (ver esquema). Los valores inherentes a cada una de ellas –la calidad y la innovación en relación a los creadores, la democratización cultural respecto a la estrategia de fomento de las audiencias, o el fomento de una verdadera democracia cultural por lo que atañe a la participación ciudadana– exige el diseño de unos programas y unas habilidades comunicativas considerables. En especial, cuando los paradigmas deben adaptarse a un mundo que se empequeñece empujado por la globalización, y en acelerada evolución.

La globalización desterritorializa los referentes culturales de proximidad al multiplicar de forma exponencial los flujos de contenidos, mensajes y personas.  En este sentido, una de las transformaciones más importantes vividas por las sociedades occidentales desarrolladas es su creciente diversidad humana y cultural, enriquecimiento que no siempre es vivido en positivo por una parte sustancial de la población autóctona. Chovinismo y racismo alimentado por la derecha más populista. Las migraciones no son un fenómeno nuevo, pues los flujos internos del campo a la ciudad fruto del desigual desarrollo industrial generaron a lo largo de los siglos XIX y XX sociedades más compleja, que debían lidiar con tensiones sociales y culturales crecientes.  Si nos centrados en el caso catalán, el enorme flujo inmigratorio del sur y el oeste peninsular que implicó doblar la población entre 1950 y 1975, comportó un importante reto social y cultural, en especial porqué se daba la paradoja que dicha inmigración se expresaba en el idioma de los vencedores de la guerra civil. Pero este proceso, bastante bien resuelto, no tiene nada que ver con la transformación radical que se inicia a finales de los años noventa. En una década, un millón y medio de personas de todo el mundo han venido a vivir con nosotros (Cataluña ha pasado de 6 a 7,5 millones de habitantes entre 1998 y 2008), no sólo con sus idiomas, religiones, valores y hábitos de consumo y participación cultural, sino también en contacto permanente con sus comunidades de origen a través de internet y la televisión satelital.

Las burdas estrategias marginadoras y asimilacionistas aplicadas con tanto afán por las instituciones culturales y educativas de los viejos imperios coloniales y los estados-nación europeos no sólo hoy son éticamente improcedentes, sino también muy poco eficaces. Los hábitos y demandas culturales de esta población heterogénea, con procesos de socialización y de integración muy dispares, ponen a prueba la capacidad de mediación e intervención cultural (Bonet 2006). Dar respuesta a este reto, en el seno de una sociedad globalizada a escala social y económica, exige al gestor cultural comprometido con el desarrollo cultural territorial y comunitario unos valores, competencias, habilidades y conocimientos considerables. En Cataluña estamos justo empezando a aprender cómo enfrentar este reto con muy escasos recursos conceptuales y financieros, sin referentes internacionales claros que nos orienten, y con la dificultad añadida de no disponer de un proyecto nacional suficientemente fuerte y estimulante donde poder participar aportando cada uno su propia particularidad. Los retos ligados a sociedades cada vez más complejas e interculturales exigen mucho más diálogo entre los proyectos culturales y las comunidades que conviven en su alrededor. Comunidades que a menudo viven de espaldas unas respecto de las otras, formando un mosaico multicultural débilmente interconectado. En este contexto, el diseño de proyectos estimulantes y movilizadores, capaces de propiciar la interacción y la apertura hacia el otro, debería ser una de las prioridades del gestor cultural contemporáneo.

Aquellos que nos dedicamos desde hace más de veinte años a formar gestores culturales estamos forzados a cambiar los plácidos paradigmas que conformaban nuestra visión del mundo, y en consecuencia, la docencia que impartíamos. Estar abiertos a las nuevas realidades y a las tendencias que afectan al mundo contemporáneo es una exigencia de responsabilidad ante los estudiantes, los profesionales y las instituciones que en nosotros confían. En este sentido, que un 43% de los gestores culturales catalanes tengan una formación de postgrado en gestión cultural habla muy bien de su responsabilidad profesional, y del esfuerzo conceptual y económico realizado. Pero implica una enorme exigencia para los formadores, y muy en particular para la Universidad de Barcelona que durante los últimos veinte años ha formado al 44% del total de profesionales con titulación de postgrado en gestión de la cultura de Cataluña (Carreño 2010).

Evidentemente, el aprendizaje basado en la experiencia no es suficiente para dar respuesta a los retos del gestor cultural actual. El desarrollo de las competencias y habilidades necesarias debería sustituir la formación clásica basada en la transmisión de conocimientos. En este sentido, la opinión expresada por los propios profesionales es muy clara. En el estudio de Tino Carreño, entre las cinco principales aptitudes destacadas como necesarias para el ejercicio de la profesión destacan la capacidad de planificar, de trabajo en equipo y de comunicación, así como disponer de sensibilidad artística, y una alta apertura hacia la innovación y la creatividad. De forma similar, en la encuesta realizada en el seno del proyecto Vania entre responsables de proyectos de cooperación cultural internacional las competencias funcionales –capacidad de negociación y trabajo en equipo, presupuestación, y las habilidades multitarea e interculturales– resaltan por encima de las competencias cognitivas (Fisher & Karpodini-Dimitriadis 2007). Parece evidente que la formación debe centrarse en el desarrollo de este tipo de habilidades en vez de mantenerse anclada en los viejos paradigmas y en la transmisión de conocimientos. Este reto implica cambiar tanto los hábitos de los formadores (reduciendo el peso de la clase magistral, y su seguridad, en favor de ejercicios, simulaciones y espacios de contraste) como las expectativas, exigencias y formas de participación de los estudiantes. La formación no es la puerta segura al mercado de trabajo, sino este lugar de debate crítico, reflexión y observación de experiencias que permite que cada uno construya su trayectoria de crecimiento profesional. El aprendizaje de técnicas sin el desarrollo de las propias habilidades sirve de poco, y la reflexión sin procesos de implementación tampoco. Tengo la sensación que no todos –estudiantes y profesores– lo tenemos claro, y es urgente dada la multiplicación de ofertas formativas en este campo (Bonet 2007). Sería una irresponsabilidad si la lógica del mercado formativo no nos dejara ver la realidad y las demandas del mercado profesional.

La crisis económica obliga a un gran esfuerzo de voluntad, imaginación y priorización para tirar adelante los proyectos que tenemos bajo nuestra responsabilidad. El rol motor del sector público como gran lubricante del sistema –crucial en los últimos treinta años– pierde fuerza y obliga no sólo a buscar recursos alternativos, sino a replantear de forma perentoria las propias prioridades y proyectos. Todos somos conscientes de que se perderán unas cuantas sábanas en esta colada-tsunami. En la medida que las audiencias o los patrocinadores adquieren protagonismo la dependencia de la programación de los diferentes actores de referencia cambia de manos. También el artista, obligado a un grado de auto-explotación mayor para poder sacar adelante sus proyectos, tendrá que aprender a negociar mejor su autonomía y estatus. Es evidente, pues, que en momentos de turbulencias muchos aspectos de la profesión del gestor cultural están en mutación. El papel de mediador lo pone en el centro del debate, como organizador (sin pretender ser el protagonista) de la espiral de flujos en juego. Es importante dominar muy bien el bisturí para recortar ineficiencias y dejar los tallos listos y el campo bien sembrado para cuando empiece la primavera. Esta es una tarea difícil, en la que todos tenemos nuestra parcela de responsabilidad, pero en la que vale la pena zambullirse a fondo.

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Referencias:
ARIÑO, A. (2006) "La gestión cultural en el espacio europeo de educación superior. Una oportunidad histórica para su institucionalización", SARC, I Congrés Internacional sobre la formació dels gestors i tècnics de cultura, València: Diputació de València, p. 211-224. 
BONET, L. (2006) Diversidad cultural y políticas interculturales en Barcelona, Barcelona: Fundació CIDOB. Serie Dinámicas interculturales n. 6
BONET, L. (2007) Análisis de la formación universitaria en gestión cultural en España, Dirección general de cooperación y comunicación cultural del Ministerio de cultura.
CARREÑO, T. (2010) "Camins creuats. El perfil actual del gestor cultural a Catalunya", en Lluís Bonet (Coord.) Perfil i reptes del gestor cultural, Barcelona: Gescènic, Quaderns de cultura, n. 2, p. 53-173. (versión resumida en castellano).
FISHER, R.; KARPODINI-DIMITRIADI, E. (eds.)(2007) Training in transnational cultural co-operation projects. Reflections and Challenges on Validation and Certification. Final report 2005-2007. London: International Intelligence on Culture.
MELENDO, J.L. (coord.) (2010) "Gestor cultural. Una professió complexa. Pensem en el gestor cultural del passat o en el del futur?", en Lluís Bonet (Coord.) Perfil i reptes del gestor cultural, Barcelona: Gescènic, Quaderns de cultura, n. 2, p. 11-51.

1 comentari:

  1. Lluis: Soy Miriam Woites, Gestora Cultural diplomada en la Universidad Nacional de Mar del Plata, Argentina, residente en City Bell, Provincia de Buenos Aires, Argentina. Quiero expresarle mi coincidencia con los conceptos que usted ha vertido, en cuanto al gestor como mediador de la complejidad y otros a lo largo de esta nota. Pero especialmente quiero hacer hincapié en su aseveración de que "la formación no es la puerta segura al mercado de trabajo". Supongo que como en todas las carreras uno debe pagar su derecho de piso e ir haciéndose un lugar de a poco. Sin embargo nuestra universidad no tiene un sistema, por ejemplo, de pasantías, ya que es una carrera a distancia, o al menos de información acerca de aquellos lugares en que podría uno desempeñarse. Siendo una carrera tan abarcativa es difícil decidir una especialidad y poder, además, encontrar trabajo en ella, y además, que se le retribuya al profesional económicamente, dado que todavía existe la figura de la ONG como una de las proveedoras fundamentales de servicios culturales cuyo trabajo es voluntario y la idea de que por la cultura no debe pagarse. Tampoco existe una carrera profesional pública, me refiero a por ejemplo, llamados a concurso para cubrir vacantes en la Administración Pública. Asimismo, adquirir nueva experiencia implica tener un trabajo que nos permita vivir, dedicarle horas al trabajo voluntario y erogaciones extra a fin de perfeccionarse, además de tener una familia y una vida por fuera del trabajo. Tal vez esto sea menos difícil en los jóvenes, pero no lo es en el caso, como sucede en nuestra Universidad en que la mayoría somos gente grande, muchos jubilados, de los que accedemos a una profesión en la adultez. Esto no implica inmovilidad alguna, por supuesto, sino hacer gala de la creatividad, tal vez más que para diseñar un proyecto cultural, para un proyecto de vida.
    Creo que la formación debe hacer hincapié no sólo en profesionalizar a los gestores culturales empíricos, sino también a aquellos que han elegido cambiar y asomarse a este mundo de la cultura desde otro lugar y por primera vez.
    Un afectuoso saludo
    mariaenhebreo@yahoo.com

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